Tutt'a Posto

Los centros de vehículos de ocasión de Roma


por Yves Jaques

 

Noviembre de 1999

 

(Traducción: Mercedes Camps Herrero)

 

 

"Facciamo un giro," dice el vendedor de coches, lanzando un juego de llaves al aire. Demos una vuelta, dice, y yo asintiendo, ocupo el asiento del conductor del Volkswagen Passat de diez años.

 Pasados unos 400 metros de la prueba de carretera el coche empieza a renquear y a dar sacudidas y antes de que me percate estamos parados en medio de una carretera nacional de cuatro carriles con italianos de hora punta tocando el claxon y gesticulando mientras nos adelantan zumbando por ambos lados. El vendedor, sentado en el asiento de pasajero, me está gritando que arranque el coche y así lo intento una y otra vez sin resultado alguno. 

 Me indica que salga del coche. Dado mi estado de nervios abro la puerta sin mirar antes y ésta es prácticamente arrancada por un grupo de monjas circulando a toda pastilla en una pequeña furgoneta Fiat. Sólo consigo entrever el hábito del conductor flotando tras ella.

 El vendedor se monta en el coche y utilizando el botón de arranque como  motor improvisado consigue moverlo a tumbos hasta el arcén. Intenta arrancarlo un par de veces, haciendo después un ademán señalando el tapón del combustible. “Benzina”, dice. Sí, nos hemos quedado sin gasolina.

 Comprar un coche en Italia es la clase de experiencia que te hace reconsiderar los placeres del transporte público. ‘Deje que nos encarguemos de conducir’ era el eslogan del metro en mi ciudad natal, Seattle. Cuando mi búsqueda de coche en Roma alcanza  su tercera semana, empiezo a percibir su mensaje en una forma hasta ahora desconocida.

 La primera semana de búsqueda de coche en Italia se centró en las básicas tareas de intentar descubrir qué modelos eran qué, cómo leer un anuncio de periódico y cómo encontrar un centro de vehículos de ocasión utilizando mapas y autobuses. Recuerdo cuando llamaba a los vendedores. La conversación consistía básicamente en mis palabras: “Disculpe, ¿podría repetirlo?” mientras el vendedor descargaba un aluvión de términos técnicos de automoción a la velocidad de una ametralladora. La conversación finalizaba invariablemente con: “Mire, ¿por qué no se pasa usted y le echa un vistazo a nuestra colección?”.   

 Me di cuenta de algo. No existe virtualmente ninguna diferencia entre un centro de coches de segunda mano en los EE.UU. y otro en Italia. Bueno, había una, al menos en Italia los vendedores llevaban trajes italianos. Aparte de esto, se trataba de lo mismo. El precio de cada coche duplicaba al de una lista oficial y, en caso contrario, podías notar que el coche había pasado por un infierno secreto a manos de un amo brutal.

 Hacia el principio de la tercera semana, sentía que ya tenía el asunto dominado y que era hora de probar algún coche. Mi primera elección fue una elegante furgoneta Peugeot con asientos de cuero y un montón de extras. El vendedor sacó la llave e intentó arrancar pero la batería estaba descargada así que llamó a un mecánico, quien trajo una batería de emergencia. Entonces el motor consiguió hacer contacto pero, no obstante, seguía sin arrancar. En poco tiempo estaban el vendedor y tres mecánicos enérgicamente verificando con minuciosidad el coche intentando localizar el problema. Al final, me soltó la palabra más corriente en Italia: “Domani”.

 El significado de ‘domani’ va más allá de mañana.  Es una palabra que encierra algo capital para la experiencia italiana, un mundo de largas colas, burocracia insensible y extrañamente variables horarios comerciales. Y como descubrí con el Peugeot, ‘domani’ se utiliza en ambos sentidos, tanto singular como plural, o sea, que a menudo ‘domani’ se extiende a varios días.  

 Tal y como habíamos acordado llegué a la mañana siguiente. Por supuesto, el coche no estaba listo; algo le pasaba al sistema antirrobo. Al siguiente día se trataba de los neumáticos. Tras media semana de llamadas telefónicas diarias, al fin el coche  estaba preparado.

 Cuando llegué a la tienda, me percaté enseguida que lo habían acicalado, acabado de lavar y puesto ruedas delanteras nuevas. Nos montamos y cuando giré la llave arrancó inmediatamente.  Los problemas empezaron cuando inicié la marcha.

 Solté un segundo el volante para ajustar el asiento, y la alineación estaba tan desequilibrada que el coche se abalanzó sobre el carril opuesto, casi aplastando a dos adolescentes en un ciclomotor. Cuando cambié de velocidad, el pedal del embrague se quedó clavado en el suelo, y me tocaba meter la puntera por abajo cada vez para poder quitar el punto muerto. ¿Estaba azorado el vendedor?. Qué va. “La machina sta bene”, no cesaba de afirmar.  “E tutt’a posto”. Controlliamo noi”. El coche está en buen estado, todo está en su sitio. Nosotros nos encargaremos de ello.

 Me fui asqueado pero tras probar un puñado de otros coches, con pena llegué a la conclusión que el Peugeot era el mejor que había conducido. El resto me habían parecido latas, no tenían carácter o habían hecho tantos kilómetros que mejor se quedasen en un taller.

 Así, llamé al vendedor de nuevo y concertamos una cita. Tras una semana de sacar el límite máximo diario de mis tarjetas bancarias de débito volví a la tienda con un montón de liras en mi mano. Ya le había comunicado al vendedor los papeles que tenía y los que no, y me aseguró que no había problema alguno. Pero tras una serie de llamadas a diversas agencias mientras yo pateaba su oficina arriba y abajo, de pronto se convirtió en un problema. Supuestamente yo tenía que residir en Italia para poder adquirir un coche. Ya había oído diferentes opiniones sobre la cuestión mientras visitaba otras tiendas pero también había aprendido ya que en Italia todo iba contra la ley y cada ley podía ser burlada. En resumen, no me había preocupado por ello. Pero parecía que al final había llegado a una calle sin salida.

 Ya en casa esa noche les conté mi historia de infortunio a mis vecinos. “¿No le dije que viniese a vernos en caso de necesitar algo?”, me preguntaron con tono de estupefacción. “Esto es Italia. No puedes comprarle un coche a un desconocido. Te timarán”. En un momento el padre estaba hablando con su hijo por teléfono y antes que me percatase tenía un trato para comprar un coche sólido por un precio justo. “I documenti”, dijeron. “Seguro que hay una manera de solucionarlo”. 

 Puede ponerse en contacto con Yves Jaques en yjaques@tiscalinet.it