Nuestro Hombre en Hawai

Por David Hahn

 

Muchacho Azafrán se Muda a la Gran Ciudad

Nací y fuí creado en Honolulú, Hawai. Un lugar que he escuchado frecuentemente alabarse como uno de esos maravillosos “crisoles que amalgaman culturas”, (frase que siempre suscita en mí las imágenes mentales más molestas), que se encuentran por doquier en este “gran y  excelente  país nuestro.” Bien, no crean usted en tal descripción! Si bien es cierto que una gran variedad de grupos étnicos coexiste en Hawai, cada uno de ellos odia a los demás y a cada quien le  agradaría tener la oportunidad de arrancar los ojos a sus vecinos. Crecí bajo la tutela de una de las mas reconocidas instituciones educativas de ese estado, y recuerdo las prácticas maravillosamente repulsivas de las “festividades” escolares del mismo, particularmente el “día-para-abofetear-a-un-japonés” y el “día-para-asesinar-a-un-haloe”. El “día-para-abofetear-a-un-japonés” tenía lugar cada siete de diciembre, el aniversario del ataque contra Pearl Harbor. Como el nombre lo sugiere, de algún modo en esa fecha se había vuelto culturalmente aceptable maltratar a los estudiantes de ascendencia japonesa. El “día-para-asesinar-a-un-haloe” tomaba lugar usualmente en la última jornada de clases. “Haloe” es el término hawaiano que designa a las personas de raza blanca, pero, con el paso de los años, se ha vuelto un eufemismo similar a “blanquito” y “gringo”... y bueno, creo que ustedes se imaginan el resto.

Soy un koreano-americano, y al menos en los dias que he citado me las arreglaba para evitar una golpiza. De paso, podría alguien decirme por qué es necesario adjuntar un calificativo étnico a mi afiliación sociocultural: koreano-americano, nativo-american, africano-americano, etc.? Cuando se me ha confrontado con la fea e insultante pregunta “qué es usted?” jamás he podido decir que soy simplemente americano. Incluso habiendo nacido en este país, siendo el inglés mi lengua materna, y sin haber residido nunca en Korea, un vistazo a mis ojos oblicuos basta para que se me requiera utilizar ese fastidioso sobriquete. Y, sin embargo, a nadie le parecería correcto o necesario si una persona se identificase como inglés-americano, germano-americano o franco-americano, excepto quizás si se esta hablando en el contexto de una guerra. Lo anterior és solo un comentario de mi parte.

De todas maneras, mientras viví en la “isla de las sonrisas”, fui bombardeado por una verdadera plétora de estereotipos: a los koreanos o “yobos” se les consideraba rápidos a enfurecerse y catadores de carne de perro, de igual modo que a los filipinos o “flips”. A los samoanos se les consideraba lentos y violentos, a los chinos, pobres, y así por el estilo. Como todos en la isla, aprendí a que se me confinara en un casillero del palomar de los prejuicios, un vasto y terrible sistema generado por nosotros mismos, los nativos de esta horrenda Roca del Demonio en el medio del Pacífico. Sin embargo, después de lo que me pareció un par de eones, pude finalmente graduarme y escapar con mi lamentable ser relativamente intacto.

Después de la universidad, gravité hasta  la orbita de otra metrópolis étnicamente diversa, “La Ciudad”, San Francisco. Durante noches de los diez años en los que he vivido en la área de la bahía, me han golpeado y asaltado, me han molestado, me han estafado por cientos de dólares y me han escupido. A pesar de todo ello, como la víctima de abuso conyugal que insiste en permanecer con su malhadado cónyugue, debo afirmar que todavía amo vivir aquí.

Y creo que una de las razones de mi afecto es que el casillero del palomar de los prejuicios en el que vivo es mucho más espacioso en San Francisco de lo que era que en Hawai. La gente en esta ciudad me mira no como a un “yobo”, sino como a un ser humano con ojos oblicuos totalmente genérico. Lo admito, la situación no se asemeja a aquella del “crisol que amalgama culturas” promedio (ay!) si tal cosa realmente existe, pero al menos aquí puedo enfrentarme con ella mucho más fácilmente. Si alguien me pregunta si hablo japonés o si puedo recomendar un excelente restaurante chino, no puedo evitar reir al mismo tiempo que golpeo el páncreas del preguntón con mi puño de acero diciéndome a mí mismo: “Al menos ésto no es Hawai."

Traducido del original inglés por María Helena Barrera