Sobre la libertad

 

por Gaither Stewart

 

Julio de 2002

 

 

“En verdad aquello que llamáis libertad es la más fuerte de las cadenas, aunque sus eslabones brillan al sol y ciegan vuestros ojos”. – El Profeta, Kahlil Gibran

Hace algunos días, durante el desayuno, mi esposa me miró por encima de su taza de té, con una sonrisa jugueteando en las comisuras de los labios, y me preguntó si creía que ella era una persona libre. Esta pregunta, aparentemente sencilla, a la cual sin dudarlo contesté “sí”, dio pie a días enteros de conversaciones y a una decisión por mi parte, que maduró gradualmente, de escribir mis pensamientos sobre el complejo y difuso tema de la libertad. Después de días de pensar, leer y anotar, he aquí algunas ideas y conclusiones, algunas propias y otras ajenas.

 

Mi enciclopedia italiana Rizzoli - Larousse dedica siete apretadas columnas a libertá; el italiano, el francés, el español y otras lenguas se limitan a una raíz latina, libertas, mientras que el inglés goza de dos palabras: "liberty" y "freedom", ésta última del freodom anglosajón y el fredom del inglés medio. Para mí, “freedom” suena más fuerte, más duro y más profundamente enraizado que la romántica y heroica "liberty", probablemente por el eco histórico de liberté, egalité, fraternité. Rizzoli define "liberty" (por lo tanto, también "freedom") con muchos usos y connotaciones, desde la libertad constitucional hasta las cuatro libertades proclamadas por el presidente estadounidense F. D. Roosevelt en 1941: libertad de expresión y de religión, libertad de la necesidad y del temor, las cuales se constituyeron en la piedra angular de la Alianza Atlántica después de la Segunda guerra mundial.

 

Mi esposa no pensaba en tales libertades políticas ni sociales. Se refería a la libertad interior, esa libertad personal latente en el interior de cada individuo que puede existir bajo la más dura de las dictaduras. Se refería a la libertad metafísica, parecida a la libertad del gato, una independencia innata que existe incluso en situaciones de dependencia física.

 

En la sexta columna bajo libertá, mi enciclopedia tiene una subentrada: “libertad de elección”, que apunta a la libertad en la que habíamos pensado: "La libertad misma implica una elección consciente", dice el texto. Es decir, la libertad interior que me convierte en mí mismo y no en otra persona.

 

La razón por la que una persona se siente atraída por otra en todo el universo en lugar de otra persona, para amarla y pasar su vida con ella, es un misterio. Debe ser más que una simple casualidad que una se encuentre y reconozca a la otra. También es una elección. Esa elección es un gran acto de libertad. Primero la atracción, luego el amor, son tan poderosos que permiten al amante de su elección desafiar al mundo entero para mantenerse unido al otro. ¿Qué historia resulta más humana que una historia de amor?

 

La elección es una prerrogativa humana. Las elecciones son hitos en todas nuestras vidas: la elección de una profesión, una religión, una ideología u otra persona. Creo que, al final, todos llegamos a saber (aunque sea sólo inconscientemente) que es el concepto de elección el que nos concede la libertad.

 

Los estadounidenses profesan admiración por el rudo individualista que abandona la seguridad de la mayoría y sale solo al mundo para buscar su yo auténtico. Nos encantan las palabras “sólo los valientes”. Nos burlamos del conformismo. Sin embargo, la realidad de nuestras vidas es diferente. La autonomía puede ser un objetivo vital, pero no muchos la hemos alcanzado. La personalidad es su propio objetivo, pero la sociedad todavía subyuga a sus elementos individuales.

 

Durante el desayuno miramos a nuestro alrededor y, con sorpresa, observamos cuánta gente a nuestro alrededor rehúsa escoger, aparentemente. Digo aparentemente porque me doy cuenta de que sólo puedo experimentar mi propia libertad. Puesto que este es un asunto metafísico, sólo puedo tener opiniones arriesgadas sobre la libertad, o falta de libertad, de otra persona. Es imposible determinar la libertad metafísica en otra persona. No obstante, la brutal realidad es que la mayoría de la gente no parece saber que es prisionera. No tienen ninguna posibilidad de ser libres a no ser que sean conscientes de la posibilidad de elección y luego escogerla. Mi esposa y yo estamos de acuerdo en que la libertad de elección es la más maravillosa capacidad de los seres humanos.

 

No puedo recordar el preciso momento en el que realicé mi elección por la libertad, pero recuerdo cuando no era libre y cuándo supe que era prisionero: de hábitos colectivos, costumbres, tradiciones, prejuicios, mi carrera, las modas. Desde entonces he llegado a comprender que mi libertad interior está incluida en la elección y, por ello, en mí mismo.

 

Soren Kierkegaard creía que la primera elección básica que condiciona todas las demás era la elección de ser uno mismo, y no otra persona. La expresión “escogerse a sí mismo” pertenece al fundador del existencialismo. La expresión es la versión existencialista de Kierkegaard del lema de Sócrates “conócete a ti mismo”, que, a su vez, hace eco del antiguo aforismo chino: “El hombre que conoce a otros es un erudito; el hombre que se conoce a sí mismo es un sabio”.

 

“Mi vida”, escribe Kierkegaard, “no puede ser libre si no escojo, ante todo, ser yo mismo”. Uno [ese terrible pronombrito anónimo, “uno”, señala Kierkegaard] puede escoger otras cosas, escoger vivir sólo en el presente, externamente, siguiendo ciegamente cada moda, viviendo siempre imitando a otros. Uno puede tener talento, tener un don, ser inteligente y golpearse el pecho autosatisfecho y seguir siendo un esclavo de la moda. Eso es lo que el escritor árabe, Gibran Kahlil, quería decir con sus palabras a la gente de Orphalese [Nueva York, EE.UU.]: “seréis libres cuando vuestros días no carezcan de preocupaciones ni vuestras noches sin  necesidades ni penas, sino cuando estas cosas rodeen vuestras vidas y os elevéis sobre ellas desnudos y sin cadenas”.

 

Hay un mundo de diferencia entre “ser libre” y “actuar o sentirse libre”.  Una persona libre encuentra patética la figura del artista principiante imitador, vestido como un artista, hablando como un artista, de pie en una galería abarrotada para el VERNISSAGE de sus cuadros -sobre nada. Los imitadores rodean al imitador; los imitadores alaban al no-arte e imitan al no-artista.

 

Para mí el argumento de que el concepto de libertad puede reducirse a la consciencia de las posibles elecciones y a la selección consciente de la más apropiada en la vida propia parece débil frente a la libertad interior de la que estamos hablando y de la relación de una persona con el universo. Bueno, no nos enfrentamos al infinito cada día. Pero, ¿qué es una débil y mundana elección de “lo más apropiado” para el tipo de hombre del que habla el Raskolnikov de Dostoyevsky?: “kto ya, chelovek ili tvar drozhashchaya?” ¿Qué soy yo, un hombre o una criatura temblorosa? Veo dicha dialéctica como una justficiación de la falta de libertad: aceptas la facilidad orfeica [la adecuidad] de la esclavitud y lo llamas libertad.

 

Dostoyevsky en El gran inquisidor ilustró lo fácil, cómodo y seguro que es no escogerse a uno mismo y no ser libre. Estar poseido por cosas exteriores y por la tentadora seguridad, mientras que nos hundimos cada vez más en la esclavitud, porque no se posee el propio yo.

 

No hay escapatoria: a no ser que me escoja a mí mismo, estoy destinado a copiar al mundo.

 

Pero, ¿qué ser mismo debo escoger? ¿Qué es el ser mismo?, nos preguntamos una y otra vez. ¿Qué es lo que me convierte en mí mismo? Es una sensación increíble saber que el mismo ser propio me acompaña toda mi vida. Mi propio yo como niño es el mismo que mi propio yo en la actualidad. Me paro y recuerdo y, aunque todo es vago y borroso, puedo proyectarme en ese propio yo infantil. Recuerdo que existió. La memoria es el propio yo. Es recordar que yo soy yo mismo. No alguien más. Vagamente, puedo sentir lo que sentía entonces. Siento la expresión en mi cara hoy como lo sentía entonces, cuando era un chico. Puedo oler lo que olía entonces, como la memoria del olor del pelo de mi padre, que es parte de mí. Aunque es como mi sombra, nosotros (mi yo anterior y mi yo actual) somos lo mismo. Sí, pero, ¿qué es el propio yo?, continuamos preguntando.

 

Este ser es la libertad metafísica a la que se refería mi esposa: mi libertad como individuo en busca de lo universal. En caso contrario, sólo soy arcilla. Si no escojo ser, escojo no ser libre.

 

Acabo de parar e intentar concentrarme en mi individualidad. Comencé a sudar. Las venas de mi cabeza comenzaron a latieron sobre la abstracción del concepto de mi propio yo. Es como tratar de comprender la eternidad. La relación entre mi yo particular y el universo no es menos compleja. Continuamos cercanos uno al otro, el universo y yo, como mi propio yo y yo mismo están unidos durante una vida. Creo que eso es el misterio de mi vida individual. Mi propio yo me diferencia del resto, hablo de modo diferente al resto del mundo, como si mi particular se hubiera divorciado del universal, pero siempre luchando por una reunión.

 

No hay ninguna duda: uno necesita ser valiente para escoger la libertad, la libertad que lleva hasta uno mismo. Sólo los valientes pueden vivir allí solos, independientes de la red de convenciones a nuestro alrededor. Del colectivo. De lo social. El delgado miembro de la libertad es precario y solitario. Hay demasiada soledad allí. Tu cabeza da vueltas. Te sientes mareado. Sufres. Te sientes fracasado. Falto de amor. Absurdo. El eterno intruso. Se necesita valor para vivir fuera como un ermitaño (de nuevo, un ermitaño metafísico) puesto que sabes que el ermitaño se transforma fácilmente en un hereje o en un fanático. Estás rodeado de fantasmas. El creador, el hombre libre, camina en soledad al borde de un abismo. La libertad, que surge también de la imaginación del creador, no es sólo una chispa, puede ser un fuego abrasador y un grito en la oscuridad. Para ser realmente uno mismo, realmente diferente en el interior, es un sendero peligroso, porque, aunque lleva a la felicidad, también puede convertirse en una obsesión, puede apoderarse de tu mente.

 

Sin embargo, y en contradicción con ello, una elección valiente es contagiosa. La persona libre provoca envidia y celos, pero también odio y temor. Los imitadores que no son libres le provocan y le tratan como a un niño, pero le imitan.

 

La elección de uno mismo no sólo trastorna e incluso daña a otros. También es doloroso y amenazador para la persona libre. En el momento de escogerse a uno mismo y a la felicidad, se siente desesperación y perplejidad. Se sabe que puede perderse la abundancia de vida, se teme la soledad de los espacios vacíos.

 

Pero a la larga llega la recompensa: el hombre libre no es dependiente. La autorrealización es inherente al hombre libre. La incomodidad resulta inherente al mundo en moda de los imitadores carentes de libertad.

 

El hombre libre puede seguir adelante, como las personas que escogen la libertad incluso en la falta de libertad social. El escritor existencialista Alberto Moravia afirmaba que la desesperación es la condición humana natural. Porque después de escogerse a uno mismo, primero se teme la soledad, luego gradualmente nos damos cuenta de que el propio ser no es tan abstracto como creíamos. El instinto de la libertad te trajo hasta aquí; tu instinto era huir, huir de las rosadas promesas de un radiante futuro en la sociedad. En lugar de eso escogiste huir de vuelta al silencio, el silencio de la libertad. A la reticencia y a la abstención. Porque el hombre es un poeta por naturaleza. Gradualmente el poeta en tu interior se vuelve consciente de tu libertad. No te jactas de ella, pero resulta maravilloso darse cuenta de que se es uno mismo y nadie más, de que hablas sólo por ti mismo y de que eres independiente (quizás todavía algo desesperado) y libre.

 

Tu recientemente descubierto ser es protector y celoso. Ha llegado a saber que el poder no es la libertad, del mismo modo que tampoco lo es el mal. Sabe que a pesar de las apariencias, la libertad no puede existir en la compleja red de obsesiones y opresiones mundanas. Aunque a menudo tiene que aceptar medias tintas, tolera un mínimo de abusos o limitaciones.

 

La persona libre no se avergüenza de que la consideren ingenua, rara, una flor… no teme demasiado al ridículo. Podría pudiera suceder que parecieras la misma persona que antes de tu elección, incluso para ti mismo, pero no lo eres. La libertad te ha cambiado y las consecuencias pueden ser a la vez terribles y maravillosas.

 

No necesitas vestir raro o convertirte al budismo para parecer diferente; no tienes que llevar una vida bohemia, dormir cuando los otros trabajan o desobedecer las reglas sociales. Sin imitar, eres diferente de cualquier otra persona en el universo; sin embargo, sabes que te esfuerzas hacia lo universal: cuanto más universal-humano seas, más extraordinario y libre. No sólo conoces la diferencia entre el bien y el mal, sino que no volverá a eludirte la conciencia de la realidad. La bandera de la libertad está incrustada en tu ser. Ahora crecerá tu libertad interior.

 

Kierkegaard advertía que te sorprenderá cuando los demás se sientan engañados de que hayas resultado "bueno". Todo el mundo esperaba "más" de ti. El hombre bueno, el hombre libre, está subestimado; es extraño, enigmático y“quizás idiota. Provoca vergüenza pero también envidia. Los demás se sienten incómodos a su alrededor, pero le copian.

 

El hombre libre no necesita mostrar su diferencia, esto es, su libertad, porque es un asunto interior, que le concierne exclusivamente a él. No se jacta de ello. Puede tener un trabajo estable, tener familia y vivir una vida de lo más normal. Pero es diferente. No conoce el fanatismo ni la beatería. En su aparente simplicidad (digo aparente, porque está desesperado) se mantiene agarrado a su conocimiento de que está cada vez más cerca de lo universal. Porque lo universal, como aceptaría Moravia, surge de la desesperación. Para el otro existencialista, Albert Camus, la desesperación es un paso necesario en la ruta hacia lo universal.

 

Uno contesta que es posible escogerse a uno mismo por razones puramente egoístas, como para emerger en la vida normal de uno, en una carrera. Es verdad. Pero escogerse a uno mismo no es enamorarse de uno mismo. Además, la libertad también es crecimiento. Después de escoger la libertad, debes ponerla en práctica una y otra vez.

 

Soy libre. Aunque no puedo recordar el momento exacto en el que escogí la libertad, puedo recordar cuando no era libre. Esa visión de mi historia personal no está incluida en mi CV. Cada uno de nosotros tiene su propia historia interior, con muchas vueltas. Sentimos ser diferentes personas durante nuestra vida. Dividimos la vida en fases. Nos parece vivir varias vidas durante una pero, en esencia, siempre somos la misma persona.

 

He acabado creyendo que nuestra historia interior es la parte divina de nosotros mismos. La elección de la libertad nos ofrece continuidad en nuestra historia personal, en un proceso de revelación y reconciliación con nuestro propio ser.

 

Pero resulta una tarea ímproba la que asumimos al optar por la libertad. Tenemos que aprender que la abundancia vale poco. Esto suena poco americano. Pero otras cosas valen más: un problema eterno de la libertad es la responsabilidad. En el momento en que me escojo a mí mismo y a la libertad, comienzo el camino hacia lo universal, asumo la responsabilidad por mí mismo. Es suficiente mirar alrededor para comprobar que muchas personas rechazan la responsabilidad de la libertad.

 

Resulta atrayente que el rechazo de la responsabilidad es, por supuesto, también un tipo de libertad. Y un gran consuelo. El colectivo ofrece una libertad falsa, brillante. Es la gran tentación. El colectivo prefiere dos cosas: la abundancia social y la irresponsabilidad.

 

Sin embargo, el deseo de abundancia y de seguridad también resulta complejo. Complica sin fin la vida. Porque en la vida cotidiana el hombre que no es libre nunca puede adquirir lo suficiente para satisfacerle. Su desesperación es mortal. Feliz pero esclavo.

 

El hombre libre, en su lugar, tiene su yo libre en que basarse. Conocerse a uno mismo es el ancla del hombre libre.

 

Una vez escogí la libertad, me di cuenta de que lo universal se encuentra en lo profundo de mi individualidad, como las calladas aguas subterráneas. Intentar llegar al núcleo, al universal, parecer ser la preocupación básica de los seres humanos una vez han escogido la libertad.

 

Cuanto más hablamos mi esposa y yo sobre la idea de la libertad interior, más comprendimos hasta qué punto es una elección la libertad. Porque el ser humano no nace libre. Nace totalmente dependiente, capaz apenas de respirar por sí mismo. Pero la libertad de la elección yace latente en él. En algún momento de su vida, si tiene suerte o escoge elegir, se despierta lo suficiente como para poder escoger ser libre.

 

Resulta una experiencia interesante mirar dentro de uno mismo y preguntarse, con tanta ingenuidad como sea posible, si se es libre. En este territorio se trabaja sin red de seguridad. Puedes compararte a otros. Cuando nos damos cuenta de las numerosas prisiones de la vida y comenzamos a preguntarnos sobre otros, hallaremos posible reconocer a las personas que no son libres.

 

Pero puesto que, por su naturaleza, el hombre es actor, probablemente resulta imposible identificar al hombre libre. En su papel el actor flota. Es efímero, como la fama misma. El actor también se convierte en su papel y lo lleva a su vida diaria. Lleva muchas máscaras diferentes. La libertad es una de sus máscaras favoritas, una máscara engañosa.

 

Me sentí, y continúo sintiéndome, culpable por escoger la libertad; por el dolor que infligió a otros, culpable por mi egoísmo. El resultado es la soledad, la melancolía y la culpa por la osada elección que provocó el sentido de responsabilidad por mí mismo y por mi libertad.

 

La situación es desalentadora. Me abruma la culpabilidad. Aquí estoy yo gozando de la libertad, sonriendo y riendo al mundo que me rodea, mientras que los que me aman todavía no saben que hay una elección posible. Quiero explicarlo. Pero, ¿cómo? ¿Y por qué siento culpa? ¿De qué? ¿Porque soy humano? ¿Porque escojo la libertad? Debería sentirme inocente. No obstante es imposible estar completamente triste: la alegría de la libertad es demasiado grande. Me doy cuenta de que mi propio ser es el absoluto, su fin en sí mismo.

 

En este contexto egoísta, todos las discusiones y conversaciones entre las razas y las religiones sobre lo que está bien y lo que está bien parecen externas.

 

He disfrutado leyendo lo que ha escrito Nietzsche sobre la libertad personal, pero no me gusta él. Para mí él resulta demasiado confuso para tratar un material tan explosivo. Pero era un hombre de su tiempo y otro de los padres del existencialismo. El problema con Nietzsche es que no distinguía realmente entre el bien y el mal o no toma partido, como si no importara: su mal es bueno, su bien, malo. Parece creer que el verdadero ser se encuentra en el mal, que a su vez es poder, que es satisfacción. Sin embargo, en Ecce Homo, su malvado dueño, para el que la moralidad no es más que un perjuicio más, dice como Kierkegaard: "La expresión 'espíritu libre' no debería entenderse de otro modo: un espíritu que se ha liberado, que ha vuelto a tomar posesión de sí mismo".

 

Para Albert Camus, Dios es el problema fundamental de la libertad. Dostoievsky escribió de su novela, Los hermanos Karamazov, que el tema principal en su libro era la existencia de Dios. Ambos escritores aceptan que la libertad "metafísica" presupone la existencia de Dios. Camus escribe en El mito de Sísifo: "bien no somos libres y Dios es todopoderoso y responsable del mal, o somos libres y responsables, pero Dios no es todopoderoso".

 

Dostoievsky escribió en su Diario de un escritor que Dios es necesario y debe existir pero que él sabe que no existe. Esa es nuestra absurda condición humana.

 

La razón de los párrafos anteriores es que sólo podemos comprender las cosas en términos humanos. El resto es especulación, mito, superstición o esperanza. ¡Una pena! Pues nuestra libertad nos convierte en lo que no podemos tener. Sin embargo, no podemos existir libremente sin la búsqueda. Rechazo el camino de aquellos que creen que el único camino humano aceptable es renunciar a la libertad, a la libertad de elección, y tener fe.

 

Especialmente después de escribir esto, me pregunto sobre la situación de la libertad interior hoy en día. Quizás porque en su significado habitual la palabra libertad se ha utilizado tanto tiempo en nombre de la esclavitud y la injusticia, el verdadero significado no es desconocido. Y ahora, hasta dónde alcanza la libertad metafísica de la que se trata aquí, también me pregunto si soy tan auténticamente libre como me jacto.

 

Quizás es verdad que escogemos sólo en parte; a veces las circunstancias escogen por nosotros, a veces el destino escoge por nosotros. Queda la duda: quizás la elección es sólo la casualidad que afecta nuestras vidas. Tengo que preguntármelo.

 

Sí, quizás es verdad que también las elecciones inspiradas por el destino escogen por nosotros. A menudo parece así, si se es demasiado débil de corazón para tomar la decisión por uno mismo. A veces la suerte es una mujer bonita, a veces es un monstruo.

 

Según escribió Dostoievsky: "La existencia es ilusoria y es eterna".

Puede contactar con Gaither Stewart enº gaitherstewart@libero.it

 

Traducido por: Mar Rodríguez agua@telecable.es